sábado, 16 de junio de 2018

Los gatitos que no tenían que comer


Por Modesto Lule MSP



Cuando me encontraba estudiando la filosofía, dividía mis tiempos en estudio, trabajo y de apostolado. En mi apostolado atendía algunas de las unidades habitacionales que se encontraban alrededor del seminario.


Cierto día de diciembre ya en la noche al pasar por un camino casi para llegar al seminario, descubrí el ruido de unos gatos pequeños. En esos días el frío era fuerte. Supuse que la mamá no estaba y los gatos tenían frío  Pero no me quise acercar por temor a que llegara su mamá y me hiciera algunos rasguños. Además de que estaban entre mucha yerba. Al otro día temprano fui a ver el lugar donde la noche anterior había escuchado a los gatos. Ahí los encontré todos acurrucados y dormidos. Al parecer la mamá nunca llego. En la tarde salí a atender nuevamente a las comunidades y en el trayecto me encontré lo que nunca imagine, era el cadáver de un gato grande. Supuse que era la mamá de los gatitos. De regreso del apostolado los tome y me los lleve al seminario. Les puse un foco para que se calentaran dentro de una caja de cartón. Pero había un problema, eran muy pequeños y no tenían que comer. Fui con mi padre superior y le platique esta historia. Él me dijo muy decidido: pues vete a comprar una pequeña mamila (biberón) para que les des de comer. No hubo necesidad de ir ya que él mismo me la trajo horas después. No supe darles el calor necesario o de comer a esos gatitos así que de los cuatro, tres de ellos se me murieron, sólo uno sobrevivió. Fue como algo maravilloso ya que el pequeño gato cabía en la palma de mi mano. Pensé que sería imposible ayudarlo a crecer. Todos los días en la mañana le daba su biberón, y ya sabía de mí. Además de que reconocía mi voz cuando llegaba a la caja donde estaba comenzaba a maullar. Cuando menos lo pensé ya era un gato adulto, o gata, nunca investigué. El gato o la gata caminaba en el seminario con toda tranquilidad y confianza. Algunas veces cuando dejaban abierto el cuarto los hermanos seminaristas entraba y se metía entre las cobijas. Jugaba con su comida, agarraba los ratones que atrapaba y los lanzaba al aire y los perseguía y atrapaba y nuevamente los lanzaba al aire. De verdad, no miento, era algo no tan común, pero lo hacía. Un día estaba yo en la entrada de la capilla haciendo oración. La puerta estaba abierta y por fuera estaba el gato (o gata) mirando fijamente al techo de la capilla, ahí estaba un nido de golondrina. El gato miraba sin titubear con dirección a donde estaba el nido, movía sus bigotes y hacía un ruido más parecido a un zumbido. Fueron más de 20 minutos los que así se mantuvo y de un repente cayó al suelo una golondrina y el gato se abalanzó sobre ella y se la tragó. Algunas personas han dicho que los gatos hipnotizan, no puedo yo comprobarlo, pero ese día miré algo un tanto raro y ese gato lo hacía. Pasaron los meses y termine de estudiar la filosofía, tuve que salir de ese seminario e irme a una comunidad bastante lejos, y no pude llevármelo, así que deje al “esmigol” (así fue como lo bautice) en el seminario. Nadie después supo que paso con él, pero espero y haya podido disfrutar de la vida en un hogar después de conocer el mundo.



Dios nos concede la oportunidad de ayudar a los más débiles. Tenemos la oportunidad de brindarles la mano y de entregarnos por completo, no importa si es un gato. En lo poco nos damos a conocer como seremos en lo grande. No descuidemos ningún momento de nuestra vida y apliquemos todo lo mejor de nosotros en las cosas pequeñas. Cuidemos las mascotas y hay que darles cariño, porque a su modo ellas también nos lo dan y hasta parecieran ser muy agradecidas.

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Hasta pronto.








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