Por Modesto Lule MSP
Cuando me encontraba estudiando la filosofía,
dividía mis tiempos en estudio, trabajo y de apostolado. En mi apostolado
atendía algunas de las unidades habitacionales que se encontraban alrededor del
seminario.
Cierto día de diciembre ya en la noche al pasar por
un camino casi para llegar al seminario, descubrí el ruido de unos gatos
pequeños. En esos días el frío era fuerte. Supuse que la mamá no estaba y los
gatos tenían frío Pero no me quise
acercar por temor a que llegara su mamá y me hiciera algunos rasguños. Además
de que estaban entre mucha yerba. Al otro día temprano fui a ver el lugar donde
la noche anterior había escuchado a los gatos. Ahí los encontré todos
acurrucados y dormidos. Al parecer la mamá nunca llego. En la tarde salí a
atender nuevamente a las comunidades y en el trayecto me encontré lo que nunca
imagine, era el cadáver de un gato grande. Supuse que era la mamá de los
gatitos. De regreso del apostolado los tome y me los lleve al seminario. Les
puse un foco para que se calentaran dentro de una caja de cartón. Pero había un
problema, eran muy pequeños y no tenían que comer. Fui con mi padre superior y
le platique esta historia. Él me dijo muy decidido: pues vete a comprar una
pequeña mamila (biberón) para que les des de comer. No hubo necesidad de ir ya
que él mismo me la trajo horas después. No supe darles el calor necesario o de
comer a esos gatitos así que de los cuatro, tres de ellos se me murieron, sólo
uno sobrevivió. Fue como algo maravilloso ya que el pequeño gato cabía en la
palma de mi mano. Pensé que sería imposible ayudarlo a crecer. Todos los días
en la mañana le daba su biberón, y ya sabía de mí. Además de que reconocía mi
voz cuando llegaba a la caja donde estaba comenzaba a maullar. Cuando menos lo
pensé ya era un gato adulto, o gata, nunca investigué. El gato o la gata
caminaba en el seminario con toda tranquilidad y confianza. Algunas veces
cuando dejaban abierto el cuarto los hermanos seminaristas entraba y se metía
entre las cobijas. Jugaba con su comida, agarraba los ratones que atrapaba y
los lanzaba al aire y los perseguía y atrapaba y nuevamente los lanzaba al
aire. De verdad, no miento, era algo no tan común, pero lo hacía. Un día estaba
yo en la entrada de la capilla haciendo oración. La puerta estaba abierta y por
fuera estaba el gato (o gata) mirando fijamente al techo de la capilla, ahí
estaba un nido de golondrina. El gato miraba sin titubear con dirección a donde
estaba el nido, movía sus bigotes y hacía un ruido más parecido a un zumbido.
Fueron más de 20 minutos los que así se mantuvo y de un repente cayó al suelo
una golondrina y el gato se abalanzó sobre ella y se la tragó. Algunas personas
han dicho que los gatos hipnotizan, no puedo yo comprobarlo, pero ese día miré
algo un tanto raro y ese gato lo hacía. Pasaron los meses y termine de estudiar
la filosofía, tuve que salir de ese seminario e irme a una comunidad bastante
lejos, y no pude llevármelo, así que deje al “esmigol” (así fue como lo
bautice) en el seminario. Nadie después supo que paso con él, pero espero y
haya podido disfrutar de la vida en un hogar después de conocer el mundo.
Dios nos concede la oportunidad de ayudar a los más
débiles. Tenemos la oportunidad de brindarles la mano y de entregarnos por
completo, no importa si es un gato. En lo poco nos damos a conocer como seremos
en lo grande. No descuidemos ningún momento de nuestra vida y apliquemos todo
lo mejor de nosotros en las cosas pequeñas. Cuidemos las mascotas y hay que
darles cariño, porque a su modo ellas también nos lo dan y hasta parecieran ser
muy agradecidas.
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Hasta pronto.
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