Por Modesto Lule MSP
Hubo etapas de soledad en mi estancia en Los Ángeles California que
fueron sumamente importantes porque me ayudaron a discernir muchas ideas.
Recuerdo un momento cuando miré por primera vez el mar. Yo
vivía en el centro de
la Ciudad de Los Ángeles. La playa quedaba como a una
hora de distancia. Siempre andaba en trasporte público para todas partes. Así
que busque la ruta que me llevaría al mar y me lance nervioso y emocionado por
saber que pronto lo iba a conocer. Aún no llegaba a mi destino y mis ojos
inquietos buscaban algún indicio del mar en la distancia. Cuando apareció me
puse de pie y me fui a la parte de enfrente del autobús para poder verlo. No me
importo que la gente se diera cuenta de mi asombro. Fije mi vista en la
planicie verdosa y azul. Mientras más avanzaba el autobús, un ruido hasta ese
momento desconocido aumentaba, era el sonido del mar. No es lo mismo escucharlo
en un video a escucharlo en vivo. Cuando estaba muy cerca pedí bajarme. Camine
como hipnotizado, como persona sin ninguna voluntad con dirección a la playa.
El mar era mi único objetivo en ese instante. Fue algo que se quedó en mi mente
para siempre y ahora que lo recuerdo hace que me vuelva a estremecer. El mar,
el sonido de las olas, su extensión, su profundidad, el horizonte, su brisa, el
graznar de las gaviotas, el sol, su color, su todo.
Cambiando de tema, parece ser que las películas y
las series han rescatado el tema de los muertos vivientes. Hace tiempo viajando
a un lugar de misión el autobús puso una película que se me hacía un tanto
cursi y hasta ridícula. No tenía ganas de verla pero era imposible no escucharla
pues era un autobús que traía cuatro pantallas distribuidas en el interior.
Cerré los ojos e intenté dormir. No pude, el ruido de la película era muy alto.
Durante mucho tiempo no miré la película pero cuando llevaba más de la mitad me
atrajo la atención. La trama era la siguiente: un zombie (muerto viviente)
narraba su vida. Decía que lo único que le atraía y movía era buscar humanos y
comer el cerebro, (al parecer es lo único que les gusta o por lo menos en esa
película) Un día entre los humanos le llamó la atención una mujer, joven y bien
parecida. La embarró de sangre y la hacía parecer como otro zombie para que los
otros zombies no la comieran. Le buscaba a ella comida para humanos en los
lugares abandonados y le gustaba mirarla pero no sabía porque. No le cruzaba en
su mente comerla. Varias cosas pasan en su vida y la mujer se enamora (del
zombie) por su forma de ser para con ella. Él también se enamora y al final
deja ser de zombie y se transforma en humano. Los humanos atacados por los zombies
descubren la receta para convertirse o dejar de ser zombie y volverse
humano.Así que buscan hacer que los otros zombies se enamoren también de otro
ser humano. Pude sacar una reflexión de una película que se me hizo un tanto
tonta, (trata siempre de sacar algo de bueno donde aparentemente no lo hay).
Algunos de nosotros caminamos en muchos casos de forma insensible como la del
zombie. Somos egoístas, no nos preocupan en sí los demás, y hay algo en la vida
que siempre perseguimos, puede ser dinero, sexo, cosas materiales, drogas y
más. El muerto viviente persigue a los humanos para comer su cerebro, eso es lo
único que lo hace moverse. Su vida siempre es así, hasta que le destruyen su
cerebro o en esa película se enamora. El amor en esa película cambio el modus
vivendi (modo de vida), los hizo sensibles y lograron tener un sentido por el
cuál vivir.
La capacidad de asombro que poco a poco el hombre
va perdiendo es alarmante. Ya nada le dice nada. Cuidemos y alimentemos esa
capacidad en cada uno de nosotros. No hay que dejar que la rutina gane la
batalla. Cuando ya nada nos sorprenda seremos insensibles, cuando seamos
insensibles seremos como muertos que caminan.
“No son muertos, los que en dulce calma
en paz reposan en la tumba fría;
muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavía”. (Antonio Plaza)
Antes de despedirme te pregunto:
¿El día de hoy te has asombrado con algo?
Hasta la próxima.
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