Eran
casi la una de la tarde. Una persona estaba sentada muy cerca de mí y confesaba
sus pecados. Los cantos del coro de la iglesia se escuchaban hasta donde yo
estaba. A veces me impedían escuchar con claridad al penitente. Una señora de
tez morena llegó a la entrada del templo. Me miró fijamente y haciendo un gesto
con su cabeza me indicaba que ya había llegado. Di la absolución al penitente y
me puse de píe. Caminé unos pasos y pregunté a los que estaban fuera de la
iglesia que si se iban a confesar. Me
respondieron que sí. Les dije que
esperaran al otro sacerdote. Fui con Gonzalo y le pregunté que si podía
confesar a los que faltaron, me afirmó con la cabeza. Tomé las cosas para la
misa que tenía en una caja de cartón color rosa. La caja era práctica, pero el
color no era de mi agrado. Subimos a un taxi y comenzamos el trayecto hacia el
lugar donde íbamos a celebrar la misa de la santa Cruz. Cuando pregunté sobre
el tiempo que nos tardaríamos en llegar la señora de tez morena me dijo que
duraríamos casi una hora, pero el chofer del taxi la interrumpió para
corregirla y decirle que eran como 25 minutos. Otra joven que iba en el taxi
dijo que era más tiempo, fácil como 40 minutos. Por lo menos yo tenía un aproximado,
entre 30 y 50 minutos. Tomamos el camino a los Reyes la Paz y después nos
desviamos rumbo al poblado de San Miguel Coatlinchan. Ahí cerca está el único
seminario en México para vocaciones adultas. Un seminario donde pueden entrar
personas que ya son grandes de edad y sienten el llamado a la vida sacerdotal,
incluso aquellos hombres viudos y sin ningún compromiso familiar, es decir que
ya no tenga responsabilidades con sus hijos. Al llegar al centro del poblado
pude ver una réplica del monolito del dios del agua conocido como Tlaloc. Ahí estaba imponente la figura de más de
siete metros de alto en medio de una fuente. Era día domingo y muchas familias
se recreaban en esa plaza con sus hijos que corrían de un lado a otro. Un
partido político hacía su faena para promover los votos de su candidato.
La señora
de tez morena me dijo que en ese poblado se había encontrado al dios de la lluvia
y por esa razón estaba esa replica en la plaza. Seguíamos subiendo el poblado
ahora por calles empedradas y muy transitadas en esa hora del día. Ahí está
dijo la joven acompañante a la señora de tez morena. El taxi se detuvo y la
señora salió del auto para saludar a otra señora que sentada en la banqueta. Cubierta
con un sombrero sostenía un celular en sus manos y le miraba atentamente. Yo
pensé que ya se había ido, dijo el chofer a la señora del sombrero. No, dijo ella,
yo pensaba que ya me había dejado. Voltee a mirar a la joven para preguntarle
cuánto tiempo más faltaba para llegar al lugar donde íbamos a celebrar la misa.
El chofer interrumpió diciendo, ya estamos aquí cerca padre. La señora de
sombrero subió al frente, la de tez morena subió al lado de la joven. Íbamos un
poco apretados, pues la complexión de ellas era robusta. Las piedras del camino
se acabaron, ahora eran solamente tierra y pasto. Subíamos el cerro, gente
caminando se hacían a un lado para que pasáramos. En un tramo nos tuvimos que bajar para que
pasara el auto encima de piedras y hoyos. Al llegar a la cima del cerro estaban
unas 100 personas del pueblo que año con año subían para participar de la Misa.
Un señor ya grande de edad se me acercó al final de la Misa para agradecerme
por haber apoyado en esta celebración a la Santa Cruz. Me dijo que era el papá
de la señora de tez morena. Me pidió que diera la bendición a la cruz metálica
de más de tres metros que iban a colocar en ese cerro. En la orilla del camino
estaba un barranco y el señor me dijo que de ahí abajo habían sacado al Tlaloc.
Me dijo que él mismo había estaba trabajando para sacarlo. Ese monolito había
estado en la cima de un cerro, pero con las lluvias hacía muchos años se había
escondido ahí. Un año y medio para poderlo sacar. 168 toneladas que trasladar
hasta la ciudad. Tráileres entraron al pueblo y pronto les quemaron las
llantas, pues la gente no quería que se llevaran a Tlaloc. En el año 1964 con un
remolque especial doble con más de 20 ejes, jalado por dos tractocamiones,
capaz de soportar más de 200 toneladas, “una gigantesca plataforma rodante” fue
sacado el Tlaloc de la cañada de San Miguel Coatlinchan, Estado de México para
llevarlo a un museo del Distrito Federal. Yo había estado celebrando misa, en
la colina de aquel cerro. Ahí abajo habían dejado una pequeña réplica de un ídolo,
nosotros ahí arriba con el verdadero Dios por quien se vive. Ya la gente no
estaba con el ídolo, ahora estaba ahí arriba, lugar y sugerencia del
cristianismo. Me dieron una bolsa con un poco de arroz y carne de puerco. Subimos
al taxi sin la señora de sombrero, sin la joven y sin la señora de tez morena.
El chofer del taxi era mi único acompañante. La tarde ya caía, había estado
donde estaba un ídolo, pero les había dejado a Jesucristo. Así es la vida del
misionero, hay que ir a esos lugares donde por costumbres antiguas se tienen
ídolos para dejarles al Dios verdadero.
Hasta
la próxima.
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